Desde hace más poco más de un año, la palabra Metaverso en mi feed de Linkedin parecía el último hit de Justin Bieber en pleno verano europeo: Todos los días, a toda hora.

Yo no entendía del todo tanta emoción. En principio, el metaverso me parecía como un “Second Life” repotenciado. Y en su momento – ¿2004, 2005? – a mi nunca me interesó abrir una cuenta en Second Life. Lo que sí veía con curiosidad era el éxito indudable de plataformas como Roblox o videojuegos como Fortnite en niños, adolescentes y no tan adolescentes.

La euforia

Pero, cuando a finales de octubre, Mark Zuckerberg, en una innegable movida de macho alfa digital, anunció el cambio de nombre su compañía, de Facebook a Meta, y una inversión billonaria para construir el metaverso, la metáfora de Justin Bieber se quedó pequeña. Ya no era una danza molona de “Stay” en Tik Tok de gente descubriendo y construyendo un lenguaje y una nueva tecnología. No. En el feed de mi Linkedin parecía haber comenzado una estampida humana al estilo de “Far Away”, esa película de los 90’s protagonizada por Tom Cruise y Nicole Kidman, cuya única secuencia memorable, es la corrida épica por conquistar y reclamar como propias las tierras del lejano oeste.

¿Por qué tanto “hype”? ¿Por qué tanta euforia? ¿Sería porque si el chico -ya no tan chico- de Facebook invierte tanto dinero en “eso” implica que se trata de una apuesta segura? ¿Por qué ese mundo que describió Zuckerbeg es un lugar en el que muchos quisieran vivir? ¿Una epidemia de FOMO masivo? ¿una especie de no querer llegar tarde a esta nueva tendencia? Creo que sí, y no.

La longevidad humana ha permitido que muchas generaciones distintas convivamos en un mismo espacio – tiempo, teniendo necesidades similares – las mismas de siempre-, pero diferentes formas de satisfacerlas.

Los boomer y la generación X vivieron el nacimiento de internet y los .com, y fueron testigos de cómo después de un boom y una desastrosa caída, resurgieron para quedarse. Los Millenial vivimos el surgimiento de las redes sociales, a partir de 2006. Con la llegada de Twitter y Facebook, tuvimos que aprender a gestionar dos identidades, una física y otra digital. De pequeña, con mis hermanos decíamos irónicamente “ay sí, publícalo en el periódico”, para referirnos a un aspecto privado que no queríamos que el otro ventilara. Ahora, es una broma que no llega a entenderse, porque entre cielo y Facebook no hay nada oculto,

A los más, el tiempo se nos iba en entender donde está la línea que separa el ámbito público del privado en redes sociales; otros, se convirtieron en comunicadores profesionales e invirtieron ese mismo tiempo, en exprimir todo el poder que plataformas como Youtube e Instagram les brindaban para saltarse todo tipo de “gatekeepers” y crear sus propios canales, formar sus propias audiencias, y así ser sus propios editores / productores. Mientras que, las marcas y las empresas descubrieron y desarrollaron todo el poder del marketing digital. Ya no tenían que salir a buscar a sus consumidores ideales, google se los acerca en bandeja de plata.

Lo que pareciera ahora, es que el “spider sentido” o la intuición colectiva, nos dice que el metaverso, y todo el universo que comprenden la realidad extendida (XR), su versión virtual (VR) o aumentada (AR) llegaron para quedarse. Que no es solo una palabra de moda, sino un cambio de paradigma. ¿Pero qué define ese cambio de paradigma? Entre muchas cosas, los hábitos de consumo.

Si la negación rotunda de los Millenial a comprar casa o coche, generó todo una economía del “excess of capacity”, que catapultó a compañías como Airbnb o BlaBlaCar, son las formas de socialización de la Generación Z y la generación Alfa que viene detrás de ellos, las que parecen irle dando forma al Metaverso.

Ayer, en una charla de Visyon y ANDEMA llamada “La virtualización de las marcas”, los expertos Daniel Rocafort y Raúl Cruz Nius, CEO y COO de Visyon respectivamente, señalaban que la generación Z ya no ve televisión de forma tradicional, ni lee el periódico, ni mucho menos revistas. Para ellos, para los Z y los Alfa las plataformas como Roblox o Fortnite son mucho más que un videojuego, son espacios de socialización.

Allí crean sus avatares digitales, con los que pueden jugar, pero también hacer coreografías que luego postean en TikTok, también pueden chatear con amigos y con desconocidos. En fin, se relacionan y conocen una parte del mundo. ¿Entonces dónde tendrían que estar las marcas si estos chicos ya no ven TV? Pues, donde estén sus consumidores. ¿Y dónde están y estarán los consumidores? En el metaverso.

Y ¿qué es el Metaverso? Es el internet en 3D, con computadores y gráficas más sofisticadas, al que se supone que podremos conectarnos con dispositivos muy potentes, en forma de gafas molonas de realidad virtual (VR), para sumergirnos en el contenido, o con gafas molonas de realidad aumentada (RA) donde la realidad parece saltar de la pantalla, al estilo de Pokemon GO.

Y obviamente no todo serán videojuegos, y socialización, también aplicaciones laborales, corporativas. Pero, esto es un tema de otro post. El punto inicial de este post es reflexionar en voz alta, escribiendo.

El vértigo

Mi punto inicial de reflexión era este: ¿Realmente necesito conocer sobre el metaverso? Conocer en el sentido de saber cómo puedo relacionarme con este nuevo paradigma. ¿Necesitaremos conocerlo? No, y sí. No, como hay mucha gente que hoy día, puede vivir sin internet. Sí, como muchos de nosotros, no podemos pasar más de un día sin conectarnos a la red. ¿En cuánto tiempo? Todo parece apuntar que los millones y millones de Zuckerberg no serán suficientes para acelerar el metaverso, los expertos indican que aunque el 5g y la IA facilitarán su adopción masiva, aún se necesitarán computadores más potentes, procesadores de imágenes más rápidos y un internet mucho más veloz. Quizás en unos 10 años o menos, según los realmente entendidos, los ingenieros y desarrolladores que tienen años creando videojuegos y aplicaciones. Por ejemplo, Microsoft o Epic Games, los creadores de Fortnite.

Y esto me lleva a una segunda reflexión, más existencial, esa autocrítica que nunca me abandona. ¿Necesitamos construir el metaverso? En un mundo, donde existen tantas y tantas desigualdades económicas y sociales. En un mundo, donde las guerras existen y seguirán existiendo. Esta imagen distópica – que no sé dibujar – de una persona conectada con sus gafas de realidad virtual mientras caen bombas en su ciudad, hoy es Kyiv, mañana pudiera ser cualquier otra, me asalta el pensamiento de tanto en tanto.

En “Ready Player One” de Steven Spielberg, la secuencia inicial nos presenta un mundo distópico, apocalíptico, donde cada persona está conectada con sus gafas VR a un único metaverso llamado “Oasis”, y eso la hace descuidar por completo sus actividades cotidianas. Hay una madre que está boxeando virtualmente, y su hijo pequeño tira de la bata, y ella, sintiendo el tirón de la manecita, sólo grita un “Llama a tu papá”. Yo me imagino algo así, pero con bombas destrozando la ciudad, y me asusta.

Sin embargo, el lenguaje de la realidad virtual, la narrativa inmersiva ha causado en mi una profunda fascinación, y me ha llevado a escribir más de una experiencia inmersiva. Es la experimentación de la imagen y el sonido, pero sin la “dictadura” del plano cinematográfico. No hay plano abierto, no hay plano detalle, puedes orientar al usuario, guiarlo, persuadirlo, pero no puedes decidir dónde posa la mirada. Estás “dentro de”. Más espacial. Me gusta porque se parece mucho más a la forma más cómo soñamos, y como imagino mis historias.

Tanta fascinación y temor al mismo tiempo, a mí me genera vértigo. Es el vértigo que deben haber sentido nuestros abuelos con las primeras fotografías, o la primera llamada telefónica, porque creían que podían “robarnos el alma”. Cada uno de esas nuevas tecnologías, estableció nuevos paradigmas, y nuevas formas de relacionarnos. La tecnología en sí misma no tiene implícita la bondad, o su total ausencia. Somos quienes usamos esas tecnologías quiénes las dotamos de significado.

Creo que mientras más rápido, entendamos los mecanismos internos, las posibilidades reales, los costos de implementación, el alcance, la euforia de unos y el vértigo de otros, irá tendiendo al equilibrio. Y como todas las tecnologías que le precedieron, tendrá su propio espacio, se sumará, sin necesidad de desplazar a todos sus antecesores.

Y así, como nos acostumbramos a gestionar una identidad física y otra digital. Nos acostumbraremos a la convergencia del mundo real y del mundo digital, pero con muchos más puntos de entradas, y distancias relativamente más cortas.

Y creo o más bien, espero, que, esas estancias cortas, medianas o largas, en esos metaversos, nos llevará de vuelta al mundo real con más necesidad de experimentar la luz del sol, la brisa del mar, el olor de tierra mojada. Porque no hay nada que nos recuerde mejor nuestra condición humana, que contemplar una poderosa montaña, en forma de cúspide como Los Alpes, o una tabular como el Tepui que ilustra este post. Y nada más inmersivo que experimentar la naturaleza.