Fue mi auto-regalo de cumpleaños. Cumplía 36 y como está de moda, no quería regalarme un “algo físico”, sino una experiencia, de esas que “nadie te pueda quitar lo bailado”. La exposición digital de Björk duraba entre 2 o 3 horas dependiendo del recorrido que hicieras con la música. Fui sola y estuve allí tres horas y media. Fue realmente una sesión intravenosa de Björk.
Los grupos que podían entrar cada 20 o 30 minutos, no recuerdo bien, eran de unas 15 personas. La mayoría iba en paraje. El recorrido consistía en salones, y cada salón tenía un tema en concreto, casi todo giraba en torno a la vida personal de Björk: El dolor ante su divorcio, el trauma de su operación de garganta y por supuesto todos sus videoclips. En cuando al uso de la tecnología, ésta fue exhaustiva.
La primera sala era un videoclip en 360 grados. Había dos grande pantallas al norte y sur de la habitación. En ambas pantallas, Björk cantaba sucesivamente en una cueva y en una explanada al aire libre, con cornetas de diferentes frecuencias y volúmenes a lo largo de la habitación. Mi oído poco entrenado no percibió mayores sutilezas entre un lugar y otro, más allá de que las vibraciones se sentían más o menos fuertes. Björk vestía de negro, la cueva y el paisaje gris ayudaban a transmitir esa atmósfera de pesadez y tristeza que la voz desgarrada buscaba expresar. Era el video sobre la relación rota.
En la segunda sala había banquitos giratorios y podías ver otro videoclip de tono más alegre, Björk de amarillo bailando en una playa de fuerte oleaje. Aquí si nos tocó ponernos las gafas Samsung VR, nos explicaron cómo usarlas, os advirtieron que podíamos avisar si perdíamos la imagen o el sonido, y que por favor, no nos levantáramos aunque el video nos animara a bailar. Al ponerme las gafas y empezar a mirar a todos lados, al cielo, la arena, Björk bailando aquí y allá debo haber sentido la misma fascinación y el mismo miedo que sintieron los asistentes a la primera proyección de los Hermanos Lumière en París en 1895, cuando nuestra historia contemporánea registra el nacimiento del cine.
Fascinación, porque no está pasando nada narrativamente hablando, solo una chica que canta mientras su cabello se mueve al viento, pero sorprende que adónde mires estás rodeado de imagen y sonido, estás sumergido, inmerso, no puedes escapar, sólo cerrando los ojos.
Y miedo, sentí miedo porque es una sensación que puede ser asfixiante. Cuando estás en una sala de cine, la experiencia con pantallas contemporánea que más requiere de nuestra atención, aún puedes mirar el cartelón con luces rojas del fondo que te indica la salida en caso de emergencias, puedes curiosear el móvil, y hasta comentar lo que estás viendo, y escuchar la respuesta, y el reclamos de los otros espectadores que te piden silencio. Sabes que estás un sala con extraños, que no vas a interactuar con ellos, pero sabes que estás allí los escuchas, sientes sus pasos y el crujir de las palomitas de maíz/cotufas/pop corn entre sus dientes. Pero, aquí, con las gafas el sentido de la visión y el oído queda completamente comprometido, no puedes estar alerta a si hay un incendio y debes correr a la puerta de salida, no puedes saber si alguien se tropieza y va a caerte encima, y yo que como venezolana traumatizada siempre tengo ubicada mi cartera (hay una parte de mi cerebro que siempre está alerta al robo, al hurto, al asalto de la inseguridad) siento pánico de dejar mi cartera allí sola en el piso, y que sin darme cuenta alguien se la lleve. Obvio que son situaciones muy controladas y con mucha seguridad y que no me van a robar mi cartera mientras veo el videoclip de Björk, pero mi cerebro lo percibe como una situación donde mis sentidos de alerta estarán demasiado comprometidos, demasiado ocupados y no llego a relajarme para disfrutar del todo.
Así llegó a la siguiente sala donde el video es una situación inmersiva en las cuerdas vocales de Björk, usando las mismas gafas. Me voy habituando a la tecnología y me puedo relajar un poco más, y al mismo tiempo que me relajo la sensación de fascinación se va perdiendo, mi espectadora contemporánea esa que visto miles de horas de cine, series de televisión, videoclips, noticias, charlas TED y videos aleatorios de amigos en las redes sociales, empieza a aburrirse. ¿Esto para dónde va? ¿Cuántos minutos necesito estar dentro de las cuerdas vocales de Björk para saber que fue una experiencia dolorosa? 5 minutos seguro que no.
De allí, el bajón de la exposición, los creadores se reservaron la experiencia más interesante, la de la realidad aumentad (AR por sus siglas en inglés). Allí te colocan un casco, supongo que la velocidad del internet inalámbrico no es suficiente para la alta calidad de la imagen que estás a punto de experimentar. La imagen es Björk como un gigante, unas mariposas y un volcán. Un mundo surrealista en rosa dónde con las dos varas que te han colocado en las manos te permitirán “suturar” una herida que la Björk gigante de la imagen tiene en el vientre. La palabra que más precisamente puede describir esta sensación es el slang español “flipante”. Porque de verdad “flipas”. He flipado con la AR y el plan éste de coser “virtualmente”. Impresionante lo inmersiva que puede ser la experiencia, tanto que mi miedo, y mi sensación de asfixia se han esfumado, y sólo queda la fascinación y el asombro.
Música que vibra
El resto de la exposición era una sala para relajarse, esto es una pantalla, con cojines en el suelo donde se proyectaban en loop todos los videos de Björk, la música de esa islandesa que puso a su país en el mapa del mundo, que batió todo los récords de ventas cuando todavía los cd´s se vendían en físico, y ganó la Palma de Oro a la mejor actriz en el Festival de Cine de Cannes, el más prestigioso del mundo y yo hasta recuerdo haberla visto cantar en el Óscar de ese mismo con un traje que nunca entendí, pero que llevaba plumas y ellas parecía asemejar un ave como un cisne. Así que vi TODOS los videoclips y entendí porque puso su país en el mapa del mundo, si algo tiene Björk es un estilo único, nadie hacía lo que ella hizo, y lo que aún hace. Te puede gustar o no gustar, pero no te deja indiferente. Y así son videoclips son una lección de dirección de arte, de vestuario, de fotografía, y por supuesto de música, hasta que llegan sus álbumes más viejos, entre ellos “POST” (1995) y “TELEGRAM” (1996), que yo escuché sin cansarme a mis 20 años durante el paro petrolero venezolano en enero de 2003, el amigo músico que me prestó los discos me dijo: “Escúchalos, es una genia”, mientras a mi hermana sólo la atormentaba esa mujer que no paraba de gritar. Como decía más arriba, te gusta o no te gusta, pero no te deja indiferente.
Y terminaba con lo realmente pionero y visionario de Björk digital, un largometraje documental, también proyectado en loop, para quien pudiera quedarse a verlo completo y una exposición de tabletas digitales para usar “BIOFILIA” una aplicación que Björk diseñó para que las nuevas generaciones puedan aprender a hacer música de una manera más orgánica, y no tan academicista, así como ella aprendió a cantar siguiendo el eco de sus voz entre las montañas cuando hacía el recorrido a su colegio, en su Reiquiavik natal.
El largometraje documental “When Björk met Attenborough” es interesantísimo, y merecería su propia reseña. Pero resumiendo contiene toda la investigación de Björk para juntar un equipo de ingenieros, músicos y artistas para crear la aplicación “Biofilia” y todo su empeño por impulsar a las nuevas generaciones de mujeres músico de Islandia. Pero, para mí que no conocía los experimentos científicos que se hacen para descubrir los patrones que esconden las vibraciones musicales fue “blowing mind” – esa expresión inglesa que nos ayuda a describir cuando algo nos ha deslumbrado, nos ha literalmente “volado la cabeza” -.
Aquí tienen un video aleatorio que conseguí por internet.
En el documental de BJÖRK hacen el mismo experimentos con la música más reciente de Björk y los patrones que se muestran son tan complejos con los de la formación de cristales…y por eso, por esa relación entre la música y la naturaleza que contiene las canciones de Björk es que los realizadores del documental deciden hacer el encuentro de la música y el reconocido científico inglés en el Museo de Ciencias Naturales del Londres. Bella locación, y acertada decisión.